Nekane Parejo y Agustín Gómez

Uno de los requisitos imprescindibles para que una revista tenga una buena calificación académica y científica es que cada artículo pase por el sistema doble par anónimo de expertos (double-blind peer-review). Ningún sistema de evaluación de las revistas aceptaría que este requisito no se cumpla. Además, y para que redunde en la calidad de las revistas, estos deben ser competentes en las materias para las que se les requiere su concurso.

Esta situación supone que dentro de todo el engranaje que conlleva una revista, el apartado de la evaluación es de los más importantes y, lógicamente, el cometido que desempeñan los evaluadores de artículos científicos es fundamental para la mejora de la calidad de la investigación que se publica en estas revistas. Se trata de expertos cuya responsabilidad es acreditar el rigor de los trabajos académicos y garantizar que los resultados de la evaluación carezcan de sesgo. En definitiva, sobre ellos recae el peso de decidir qué artículos serán publicados y cuáles rechazados.

Sin embargo, aunque cada día se da más relevancia al papel que ejercen las revistas científicas para el desarrollo de la investigación, no siempre se contempla adecuadamente esta labor. Si tomamos como referencia las más de 50 revistas de Comunicación existentes en España y los datos más bajos relativos a su número de evaluadores, tendremos unas cifras sorprendentes. Estimamos que en esta área de conocimiento son necesarios un mínimo de 3000 profesores como evaluadores al año. Aunque esta cifra tiene muchas lecturas y matices, no deja de ser una cantidad muy elevada que, aunque es imprescindible para sostener la calidad científica, o si se prefiere el actual sistema de la ciencia, tiene una baja consideración académica y una nula remuneración. En este sentido, es preciso señalar que la mayor parte de estas revistas se encuentran con problemas de financiación que redundan en que la importante labor realizada por estos revisores no cuenta con una merecida valoración ni desde el punto de vista económico ni profesional. En este último ámbito se constata también que el reconocimiento es muy limitado en las acreditaciones del profesorado. En concreto, para los rangos más elevados (catedrático y titular de universidad) esta actividad no ha tenido ninguna consideración en España hasta enero de 2020 y solo para las revistas de nivel 1 y 2, aunque a la hora de evaluar un artículo el esfuerzo es el mismo en cada revista.

Estas circunstancias conllevan que los evaluadores no se encuentren lo suficientemente motivados a la hora de aceptar las revisiones. En este contexto nos planteamos, además de su posible remuneración, cuáles podrían ser las estrategias a desarrollar para alentar, fomentar y profesionalizar las tareas de los revisores. Desde las publicaciones científicas trabajamos para adjudicar de forma muy específica los artículos en relación a las temáticas que conoce el revisor para que de este modo se sienta más atraído por su lectura, simplificar las plantillas de revisión, clarificar los tiempos o certificar las evaluaciones. Algunas revistas, plataformas y asociaciones de comunicación realizan premios al mejor evaluador que sin duda es un mérito importante y fundamentalmente simbólico para resaltar una labor bien hecha.

Pero esto no es suficiente si no existe un reconocimiento desde las agencias de acreditación y universidades. Una fórmula sencilla que podría motivar a los revisores es traducir un cierto número de evaluaciones en descargas de créditos docentes, igual que se reconoce en muchas (no todas) universidades la labor del editor o de los miembros de los consejos de redacción y científicos. Si las revistas son el sustento de la creación científica de un país, estás no podrían sostenerse sin los evaluadores, y es de ley ser agradecido.