Ser parte de una revista científica es más que pertenecer a una institución, organización o casa editorial. Es pertenecer a una comunidad que, año tras año, se va consolidando. Pero, ¿cómo? Si bien es cierto que parte del fortalecimiento de las revistas se da por su visibilidad en motores de búsqueda y bases de datos, y acceso a bases de datos indexadoras, bibliográficas, de referencia o de alto impacto, como Scopus y Web of Science, el trabajo no se construye solo. Es el esfuerzo de un equipo editorial que está acompañado por las constantes conversaciones que hay con otros pares y con otras revistas para el mejoramiento constante, a través de flujos de trabajo entre los equipos editoriales y el robustecimiento de políticas editoriales.

Por ello, cada decisión editorial no debería estar sujeta a superar o ser mejor que otra revista, sino a construir una comunidad, en este caso la de revistas de Comunicación iberoamericanas, para que sobresalga en el mundo académico y científico.  Hace poco, Byung- Chul Han (2019) escribió que la comunidad sin comunicación deja paso a la comunicación sin comunidad, un juego de palabras que nos hace pensar en cómo esta comunidad debe seguir construyéndose, sin caer en la no comunicación.

Para ello, es necesario hacer públicos los reconocimientos de todas las personas que colaboran incansablemente en la revista, pero, en este caso en específico, de nuestros revisores. Los evaluadores de cada revista no deben ser vistos como un tesoro que no debe ser compartido; por el contrario, hacer público un índice con los revisores que anualmente contribuyen en la revista permite otro tipo de reconocimiento, a parte del certificado que se le debe dar al evaluador.

Esta oportunidad ofrece nuevas formas de relacionamiento que siempre serán bienvenidas y que cada revisor decidirá si aceptar o no. Sin embargo, es evidente que la construcción de comunidad parte de un colegaje entre revistas, y que esto también contribuye a buenas prácticas de ética y transparencia.

Además, la gestión y recolección de datos a priori de nuestros revisores, permite trabajar en una sistematización que luego podría ser analizada para la ejecución de decisiones editoriales, y para ofrecer información importante sobre el trabajo de los revisores, desde su cumplimiento con la entrega de la evaluación hasta la rigurosidad en las respuestas del cuestionario, pasando por el número de revisiones anuales que hace el evaluador y su calificación por parte del equipo editorial, lo cual incentivaría al contacto entre las partes que requieren información de la labor del revisor.

La mayoría de nosotros somos conscientes de lo difícil que es buscar y encontrar buenos revisores, pero así mismo, sabemos que estos son la piedra angular de la calidad de nuestras revistas científicas (Aguaded, 2020). ¿Si no nos apoyamos entre nosotros, entre las mismas revistas, cómo llevaremos adelante esta comunidad? En el mundo académico y científico no debería haber espacio para el anonimato: aquí todos deberían ser reconocidos por su invaluable y arduo trabajo.

No obstante, este tipo de decisiones debe tomarse desde el equipo editorial; se trata de  conversaciones que deberían darse constantemente. Por ello, es importante analizar cada revista retrospectivamente y entender de qué forma estamos colaborando con la construcción de nuestra comunidad. Adicional, es también necesario cuestionarnos qué tanta información de nuestros revisores deberíamos publicar: ¿es solo cuestión de publicar su nombre e institución? O, acaso, ¿es importante también publicar su correo electrónico? ¿Sus redes académicas? Hay que preguntarse ¿qué implica, desde la gestión editorial, publicar el listado de revisores? (en términos técnicos: un espacio en una página web, más hojas para la impresión de un ejemplar, más trabajo de diseño para los PDF o para las versiones HTML). Una decisión editorial puede tener un sinfín de vertientes para analizar, pero su objetivo inicial debe ser la construcción y fortalecimiento de la comunidad y, por consiguiente, de nuestras revistas.

Claramente, no hay una ruta exacta por seguir. El trabajo de otros es un gran inicio para empezar. Veamos el ejemplo de Comunicar, la cual tiene de forma pública a sus 948 revisores internacionales, incluyendo sus redes, como ORCID, Researchgate, Academia, Google Scholar, Publons, Scopus e incluso redes sociales como Twitter.  Esto nos hace pensar que seguramente el reconocimiento de los revisores no debe ser anual, sino constante y que una comunidad debe ser cada vez más robusta desde todos los integrantes que la componen: editores, revisores, autores, coordinadores, communities managers, traductores, gestores y más. Al ser revistas de comunicación, debemos recordar constantemente las palabras de Robert Craig (1999): Comunicación es interactuar y hacer cosas juntos. En pocas palabras, no solo debemos conversar sino solidificar una comunidad: juntos.